viernes, 28 de octubre de 2016

TRES AMIGOS




La historia que vi'a contar no es una más de las tantas
porque esta jué realidá y aún me apena recordarla.
¿El protagonista? un hombre, un tal Rudecindo Andrada, 
güen amigo pa'l amigo porque por él se jugaba, 
y era como un documento cuando daba su palabra.

Ya iban pa'treinta los años qu'estaba en la mesma estancia
y estaba de aquerenciao que jamás podría dejarla; 
no tenía muchos bienes... con poco se conformaba
porque el hombre qu'es honrao, le cuesta juntar la plata
y aunq'era güeno el patrón, no le gustaba largarla...

Eran su mayor riqueza: un cabayo moro pampa
y un perro'e raza ovejero que de cachorro lo criara, 
como no tenía familia -dende gurí le faltaba-
siendo un hombre ya maduro vinieron a reemplazarla
aqueyos dos animales: el ovejero y el pampa.

La cosa jué pa'un día'e yerra... abril la mosca raliaba, 
en un rincón del potrero se rodió la hacienda brava, 
y ayí andaban eyos tres, ladridos, gritos, pechadas
entre piales de volcao y algún que otro trago'e caña, 
pues pa'eyos era una fiesta aunque mucho trabajaban.

Como a eso de las diez, montao en su moro pampa, 
Andrada empezó a enlazar pa'qu'el otro descansara, 
y el perro ovejero echao como a una cuadra'e distancia
oservaba sus amigos atento por si hacía falta, 
mientra un toro enojao, mostrando machazas guampas, 
s'echaba tierra n'el lomo como pa'calmar su rabia.
Todo sucedió en segundos, como todas las disgracias...
de mientras el Rudecindo le hacía al lazo l'armada, 
el toro encaró el jogón entre gritos y cuerpiadas, 
y la hija del patrón que andaba invitando caña, 
asustada, dando gritos, campo ajuera disparaba.

Todos quedaron clavaos, ninguno atinó hacer nada, 
solo el sonar de un lazazo y el tropel de cuatro patas
queriendo parar la muerte que como el viento viajaba
en las aspas de aquél toro que a la niña se acercaban, 
y cuando ya parecían que se hundían en su espalda, 
se hundieron, pero en el pecho de un cabayo: el moro pampa.

El golpe jué tan violento que casi lo apretó'Andrada, 
y cuando se jué a parar, trastornao por la rodada, 
dos cuernos rojos de sangre se hundieron en carne humana, 
el perro, como una fiera, puso al toro en disparada
pero ya a sus dos amigos la muerte se los yevaba...

El primero en reaccionar en forma desesperada
jué el patrón que a la carrera jué al lugar de la topada, 
y lo que vieron sus ojos lo dejaron sin palabras...
su gurisa, sana y salva, yoraba aterrorizada, 
un cabayo casi muerto en un charco'e sangre estaba
y a dos o tres metros d'el, su peón Rudecindo Andrada...
con enorme flores rojas sobre su camisa blanca, 
sin exhalar ni un quejido, muy tranquila su mirada, 
resignao ante la muerte qu'el destino le marcara, 
apenas movió sus labios pa'decir con voz cortada:
"... entiérrenmen acá mesmo..." y se apagó su mirada.

El patrón cerró sus ojos como pa'parar las lágrimas
que surcaron muchos rostros curtidos por sol y heladas; 
el perro, al lao'e su dueño, miraba todas las caras
mientras movía su cola sin entender qué pasaba...

En el rincón de un potrero quedó una cruz alambrada, 
donde descansa aquél hombre, cerca de su moro pampa; 
el perro anduvo trotando varios días por la estancia, 
y al no encontrar a su dueño, sin entender qué pasaba, 
se murió de hambre y de sé junto a una cruz alambrada

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