lunes, 4 de septiembre de 2017

DON SALUSTIANO QUINTEROS | HÉCTOR DEL VALLE




Andaba con veinte pingos

todos rosillos overos,

clinudos a decir basta

pero todos criollos netos.

Lucía un poncho calamaco

corto a lo pampa, sin flecos,

flaco, alto, melenudo,

mal trazao, con poco apego,

a perder tiempo en posturas

y en “etiquetas” de pueblo.



De desteñido era verde

su chiripá largo, negro,

de punto, su camiseta,

y calzoncillo sin flecos.

Calzaban sus pies desnudos

grandes espuelas de fierro,

que arrastraba en los boliches

Don Salustiano Quinteros,

y a caballo parecía

un centauro de mi suelo.



Su risa de horno encendido

le hacía un lindo juego

a un pañuelo que fue rojo

suelto al descuido en el cuello.

Un sombrero ‘panza ‘e burro’

anochecedor de sueños,

y una faja ancha largona

sostiene con gran respeto,

su cuchilla marca “Chancho”

Don Salustiano Quinteros.



Lucía entre tantas cosas

con su recado hilachento,

dos pares de avestruceras

a cintura Don Quinteros.

Se güarecía en los contornos

bien alejao de los pueblos,

pasando días tranquilos

en puntos muy estratégicos,

lejos de la policía

más por cuidao que por miedo.



Había que ver a este gaucho

con sus rosillos overos,

sacar sin gritos un toro

y sin lonjas de un ‘un rodeo’.

Echar al medio, y ‘de un saque’

llevarlos hasta el señuelo,

y los pingos ni sudaban

aunque estaban bien rellenos…

Claro que el hombre había sido

del tiempo de Martín Fierro.

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