En la estancia "El Cimarrón", un día a la tardecita, cuando ya la torcacita busca el monte en la ocasión; un tal Jacinto Verón llegó a la estancia ese día, un zaino pampa traía para lucir su recao, con las borlas del bocao como peliando venía. Lo recibió el encargao y él dijo: -"Busco una changa". -"Casualmente, hoy en la manga un lote hemos encerrao. Está todo preparao, La yerra recién empieza, si le gusta la changa esa ya puede desensillar; mañana lo he de probar volteando de la cabeza. Al otro día temprano lo encararon al mamón, había echo yunta Verón con un puestero entrerriano. Los dos eran muy baqueanos, sabían voltear a uña y el encargao don Acuña les dijo que habían quedao diez grandotes encerraos pa juntarles las pezuñas. Armaron los seis puesteros y de a uno iban largando, con tres rollos, esperando, bien parao el forastero. Bufando el primer ternero sintió la yapa hasta el pecho y en un callejón estrecho, volcando como se debe de los diez, les voltió nueve de reves y de derecho. Y después de demostrar cualidades de campero, le ofrecieron de puestero y chúcaros pa amansar. Terminó por aceptar y puso una condición "que no es tapa ni galpón porque simplemente quiero echar a mejor potrero a mi zaino redomón". Y un domingo en la chumbeada de sortijas y cuadreras, donde la familia entera va a ver la depositada; donde una yegua mentada le da el corte en la ocasión, al zaino del "Cimarrón" que sin pegarle un azote la tapó con los cascotes con la monta de Verón. Invicto lo retiró después de treinta carreras, y en otras fiestas camperas mil veces apadrinó. Todo el pago lo admiró al pingo por su prestancia, al hombre por su elegancia y la peonada decía: que los dos serían un día las reliquias de la estancia. Pero al morir el patrón, llegaron los herederos, y por nada: lo campero, le gustó a la sucesión; al escritorio, Verón, pasó junto a los mensuales -"No me gustan los cardales", dijo el rico: -"hay que sembrar, sino tendrán que marchar junto con sus animales". Y el que tanto trabajó sin temerle a las heladas, que tantas huellas marcadas en su rostro le dejó; educado respondió: -"Soy fiel a mi convicción, por eso me voy patrón, nada me puede cambiar", al tranco se fue a ensillar en la puerta del galpón. Igual que cuando llegó, se marchó una tardecita, y otra vez la torcacita camino al monte voló. Y todo el pago observó pasar esa criolla estampa hombre legal y sin trampa se iba del "Cimarrón", un tal Jacinto Verón en un viejo zaino pampa.
martes, 25 de septiembre de 2018
EL ZAINO Y EL FORASTERO
En la estancia "El Cimarrón", un día a la tardecita, cuando ya la torcacita busca el monte en la ocasión; un tal Jacinto Verón llegó a la estancia ese día, un zaino pampa traía para lucir su recao, con las borlas del bocao como peliando venía. Lo recibió el encargao y él dijo: -"Busco una changa". -"Casualmente, hoy en la manga un lote hemos encerrao. Está todo preparao, La yerra recién empieza, si le gusta la changa esa ya puede desensillar; mañana lo he de probar volteando de la cabeza. Al otro día temprano lo encararon al mamón, había echo yunta Verón con un puestero entrerriano. Los dos eran muy baqueanos, sabían voltear a uña y el encargao don Acuña les dijo que habían quedao diez grandotes encerraos pa juntarles las pezuñas. Armaron los seis puesteros y de a uno iban largando, con tres rollos, esperando, bien parao el forastero. Bufando el primer ternero sintió la yapa hasta el pecho y en un callejón estrecho, volcando como se debe de los diez, les voltió nueve de reves y de derecho. Y después de demostrar cualidades de campero, le ofrecieron de puestero y chúcaros pa amansar. Terminó por aceptar y puso una condición "que no es tapa ni galpón porque simplemente quiero echar a mejor potrero a mi zaino redomón". Y un domingo en la chumbeada de sortijas y cuadreras, donde la familia entera va a ver la depositada; donde una yegua mentada le da el corte en la ocasión, al zaino del "Cimarrón" que sin pegarle un azote la tapó con los cascotes con la monta de Verón. Invicto lo retiró después de treinta carreras, y en otras fiestas camperas mil veces apadrinó. Todo el pago lo admiró al pingo por su prestancia, al hombre por su elegancia y la peonada decía: que los dos serían un día las reliquias de la estancia. Pero al morir el patrón, llegaron los herederos, y por nada: lo campero, le gustó a la sucesión; al escritorio, Verón, pasó junto a los mensuales -"No me gustan los cardales", dijo el rico: -"hay que sembrar, sino tendrán que marchar junto con sus animales". Y el que tanto trabajó sin temerle a las heladas, que tantas huellas marcadas en su rostro le dejó; educado respondió: -"Soy fiel a mi convicción, por eso me voy patrón, nada me puede cambiar", al tranco se fue a ensillar en la puerta del galpón. Igual que cuando llegó, se marchó una tardecita, y otra vez la torcacita camino al monte voló. Y todo el pago observó pasar esa criolla estampa hombre legal y sin trampa se iba del "Cimarrón", un tal Jacinto Verón en un viejo zaino pampa.
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