Fotografía Rosana Silvera
Entre piones y sirvientas fui piquete y fui nochero cruzando los trasfogueros en esas noches friolentas. Me acuerdo'e Doña Vicenta, viuda de Ciriaco Paz, crió sus hijos y uno más que le regaló la huella, por eso que en nombre de ella hoy le canto a las demás.
La que a la ropa gastada la aprovecha algún pedazo, y hace una nueva de paso pa'vestir la muchachada, la de las manos caurteadas como la tierra reseca, la que pican las culecas cuando le agarra algún pollo, la de aroma de pimpollo y ternura de muñeca.
La que lava ropa ajena a puño en cualquier batea, y abraza cualquier tarea desimulando sus penas. La más gaucha, la más buena, de un destino nazareno; ella que en cualquier terreno sin prejuicios ni querellas, alimenta el hijo de ella como amamanta el ajeno.
¡Esa es la gaucha, la criolla, la de honradez campesina, mata un bicho o una gallina sino hay qué, echarle a la olla; la que arrolla y desarrolla un lazo cuando es preciso, la que le enfrena el petizo al amor de su pequeño la que se olvida de un sueño si hay que improvisar un guiso.
La que cría un cordero guacho, un ternero o un lechón, y de la puerta al galpón aconseja a sus muchachos. La que estriba un vivaracho y en la vuelta se le sienta y levanta una herramienta si alguien la dejó tirada, y no se pega en la almohada cuando arrecian las tormentas.
A esa mujer que remienda las pilchas de su marido y se luce en un zurcido o el bordao de alguna prienda. A esa que a su hijo entienda que hay que cuidar el cuaderno, ¡esos ejemplos maternos, no está de más exaltarlos! y pensando en abrigarlo pasa tejiendo el invierno.
La que cuando no hay galleta prepara una torta frita, y rejunta la gracita y charquea una paleta, y se levanta en chancleta cuando llama algún vecino; la que abre y cierra el molino y nos da un trago'e agua fresca, sin llegar que le agradezcan los errantes del camino.
La que a índice y pulgar vuelve en hebras el bellón, que en un rincón del galpón lo tenía para lavar. A mano sabe escardar, saca abrojos y rosetas, y se arrima a la pileta aunque esté el agua escarchada, con las manos arrugadas y las mejillas violetas.
Mujeres que al quedar viudas con un enjambre de chicos, repiten: "me sacrifico", aunque la suerte sea cruda. Los protege, los ayuda con un amor sin resuello, suele rechazar aquellos que le niegan fortaleza, y pone el alma en la mesa pero el corazón en ello.
Saludo a los chacareros con sus mujeres risueñas, las que siembran , las que ordeñan, sin descanso el año entero. Que saben del sol de enero y las heladas de mayo, la que a pata del caballo carga y descarga los carros, cuando hay seca, cuando hay barro, haya sol o caigan rayos.
Al hombre y a la mujer del ambiente campesino, la que impulsan el camino y ven la patria crecer, las que p'hacer de comer aunque la tierra esté dura, riegan, cosechan verdura pa'darle gusto a un puchero, y sabe estaquear un cuero y aprovechar las achuras.
La que cura una bichera como le quiebra el empacho, y esquila un borrego guacho sin maniarlo donde quiera. La que encierra las lecheras y sabe por el balido si el ternero no ha comido, saliendo al patio del rancho, o por el vuelo'el carancho si hay un animal caído.
La que conoce en la ubre si el animal ha parido, o si al hijo lo ha escondido (oservándolo descubre) y en los menguantes de octubre sabe el suelo preparar, una planta trasplantar para mejorar su fruto como hacer de un tronco bruto un banco para su hogar.
Esa mujer representa un sacrificio tamaño, porque al cumplir cuarenta años, parece tener sesenta. Áspera, limpia y violenta afronta con valentía, el quehacer de cada día como las he visto yo, aquellas que le cantó don Luis Acosta García. |