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sábado, 7 de septiembre de 2019

"Lonja y Guitarra"

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Jinete y potro a la par, 
valor, fiereza y agallas; 
y junto a esa misma talla
la dulzura del cantar.
Seis cuerdas y en su vibrar
dos expresiones amarran,
cuando mi raza bizarra
unifica el sentimiento
y adorna el eco del viento
con la lonja y la guitarra.

Lonja que se hace chasquido 
cuando cae entre el pelaje,
sonoridad de coraje
que el aire lleva prendido.
Brazo firme que va erguido
y se dobla reiterando
en cada golpe dejando 
la intención de ese jinete,
que se juega sobre el flete
para seguir jineteando.

Y guitarra: compañera,
novia y madre del trovero, 
sabia de un viejo madero
que tuvo raíz coplera.
La esencia más verdadera 
para cantar y querer;
la que es hermoso tener 
apretada contra el pecho,
tal vez por haberla hecho
con forma de una mujer.

Lonja y guitarra las dos; 
guitarra y lonja muy juntas
parecen decir en yunta: 
-"Así lo ha querido Dios".
Por eso marchan en pos 
buscando un mismo camino
que le señala el destino
y tenga color de cielo, 
ser insignia de este suelo
del sentimiento Argentino.

Lonja: pedazo de cuero, 
cara y cruz del animal; 
ayer protección cabal
hoy golpe rudo y certero; 
tu sonido siempre fiero
lo hace arquear al reservao, 
y mientras el condenao
va sujetando bufidos,
en el aire suspendido
por vos se agranda el montao.



Y guitarra: nido de canto,
cofre sonoro de sueño, 
pudiste haber sido un leño
y en vez de fuego sos llanto; 
tu armonía es el encanto
que al jugar lo hace trovero
y el acento cancionero 
un viejo amor le recuerda; 
transitando entre las cuerdas
del puente hasta el clavijero.

Y así con lonja y guitarra, 
guitarra y lonja a la vez; 
va surgiendo la altivez
de mi raza más bizarra.
Y cuando el verso se narra
unificando un destino,
me siento gaucho genuino,
me siento más orgulloso,
me siento criollo y dichoso
de haber nacido Argentino.




martes, 6 de marzo de 2018

DEL TIEMPO DE LA MAROMA



Cesar Lescano
 Yo conocí de pichón
cerca de Divisadero a un tal Venancio Lucero (un viejito setentón). Sabio en la conversación sobre cosas del pasao, hombre de campo, educao, sereno como agua'e pozo y que por sus años mozos supo ser muy bien montao. Contaba de aquellos días interesantes pasajes, cuando todo el paisanaje habilidades lucía, y como él también tenía recuerdos de sus proezas, refrescando su cabeza mientras pitaba un "Brasil" iba encendiendo el candil del tiempo que no regresa. Y me sabía decir -hablando cosas camperas- de aquellas fiestas primeras donde a él le gustó lucir, que era un orgullo subir cuando se hacía una doma y no era'e jugarle a broma por más que uno lo practique, de un corral de palo a pique largarse de la maroma. Me contaba que una vez galopió más de diez leguas por jinetearle unas yeguas a un tal Deolindo Jerez, hombre que supo ser juez en el pueblo'e Lobería y que una estancia tenía muy cerca del Quequén Chico y que habiendo sido rico el juego... lo fundiría. Mas volvamos al asunto de aquellas yeguas del caso, después de andar con el lazo don Jerez, que hoy es difunto le dijo: "Yo las rejunto desde el canal para afuera y al encarar la tranquera, me gustaría, Lucero... que se le tire primero a aquella que's zaina overa. Calculo que ese animal tenía unos cinco años midiendo por el tamaño y su instinto tan brutal. De todas las del corral que andaban a las gambetas, esa era la más inquieta, y ande me gritó: "se asoma"... yo la esperé en la maroma con las patas como horqueta. Me le caí... propiamente con el cuerpo acomodao justo en la cruz, bien sentao pa'peliar como la gente. Y aún lo tengo presente -la cosa fue en un momento- crucé con la lonja el viento, se la asenté en la paleta y empezó aquella sotreta a mostrar su sufrimiento. Resopló y pegó un bufido al clavarles las lloronas y ensayó otras intentonas para dejarme tendido. Se hizo un arco retorcido, se abalanzó largo trecho, después se limpió en el pecho la espuma'e las carretillas y yo... como en una silla iba en el lomo... derecho. Y así la anduve aquél día, primero la zaina overa, después, la rosilla qu'era yegua de muy mala cría. Y terminé la porfía con una cebruna clara y una mora malacara que me salió trabajosa, porque de puro mañosa se me sentó... ande montara. Y las horas... se pasaba recordando tiempos idos, aquel hombre que no olvido y que tan lindo me hablaba. Era un gaucho que contaba cosas que han quedado lejos, cuando el criollo era parejo para los lujos camperos, y cuando nada extranjero nos frunciera el entrecejo. Los recuerdos fueron tantos de aquél Venancio Lucero que cuando los entrevero cobran renovado encanto... Quien sabe en qué Campo Santo estará su sepultura, aunque a mí se me figura cuando el recuerdo se asoma que lo veo en la maroma alardeando... su bravura. Victor Abel Gimenez