Aunque nunca me ha gustao
el ponderar lo que es mío
hoy en la rienda porfío
y agarro pa el otro lao.
Es que en mi mente estaquiao
pa mi flete hay un halago,
y sin que tome ni un trago
con sólo el pensar me alegro
que tengo un overo negro
como no hay otro en el pago.
Parece que hiciera alarde
sabiendo que se destaca
cuando a mi rancho se atraca
a la cáida de la tarde.
Mi pasión parece que arde
viendo en su pelo rareza,
manchao con delicadeza
y según pienso y entiendo
cada mancha es un "remiendo"
que trae por naturaleza.
Es aguerrido en su andar
pa cualquier rumbo que lleve,
poniendo así de relieve
su guapeza al galopiar.
Yo lo he sabido probar
sus condiciones tan buenas,
y en las noches más serenas
lo asusta el más leve ruido,
como al hombre que anda "juido"
o al que arrea vacas ajenas.
Si salgo al campo a boliar
-a escondidas del patrón-
me conoce la intención
y ya se dentra a enojar.
Fue el correr y desplumar
mi diversión soberana,
y es mi costumbre paisana
probar el pulso y el ojo
para cumplirme el antojo
de comer una "picana".
Cualquier paisano tropero
diez lueguas a la redonda
es fácil que les responda
si preguntan por mi overo.
Pingo de un hombre puestero
más pobretón que las ratas,
y en otras horas ingratas
que en mi vida se han cruzao
de algunos pesos me he armao
jugando al fiao a sus patas.
Es al primero que enfreno
en cualquier caso de apuro,
y ande quiera me misturo
sin respetar al más bueno.
Sé que solo me condeno
así al ponderarlo mucho,
pero hay una voz que escucho
y es Martín Fierro el que grita:
"¡Siempre el gaucho necesita
un pingo pa fiarle un pucho!".
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