Foto Macarena Grenier |
De pico chato y cogote,
bastante emplumado y largo
sin orejas y sin embargo,
no lo sorprenden al trote.
De ojos mansos y grandotes
pero de patas peladas,
que con tres dedos formadas
pisa el ñandú y no ignoro,
que entre su plumaje moro
luce blancas y plateadas.
Sólo el macho tiene plumas,
bien renegrido en el pecho;
y en los bajos y repecho,
picando verde se suma.
Es codiciado por el puma,
por el hombre y por el zorro,
por eso entre los matorros,
es muy difícil que duerma.
Sólo con la carne enferma
le pide al monte socorro.
No es ni manso ni es matrero,
más si lo apuran de pronto
mueve haciéndose el tonto;
pero cuidado que es ligero.
En la lucha es gambetero
y aunque el indio lo ha boleado,
a muchos galgos ha dejado,
si defenderse le toca;
con las plumas en la boca,
sediento y acalambrado.
Anda solo o en cuadrilla
depende de la temporada
y encontrarle la nidada
es casi una maravilla.
Los huevos para las tortillas
son lindos y sin recovecos
y pensando que no peco,
que un saber todo repito:
frescos están amarillitos,
si están blancos están cluecos.
Que lujo cuando del nido
el macho como con celo,
posando el pico en el suelo
larga al viento su bramido.
Bramar que se hace zumbido
poblando las extensiones
y andan las conversaciones,
según entre gente criolla:
que siendo el macho el que empolla,
también cría los pichones.
Ñandú moro que picando,
ayer en mi pago hallaba;
cuando todavía ni pensaba
que se irían terminando.
Hoy que lo andan tiroteando
ni bien pueden divisarlo,
pues debo de confesarlo
yo también supe correrlo;
pero eso sí para comerlo:
no matarlo por matarlo.
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