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jueves, 5 de julio de 2018

LA TIGRA MUERTA





Yo soy el que siempre he sido, 
'concetos' que el alma encierra,
para defender mi tierra
tuve un valor decidido.
Los campos donde he nacido
me dieron libre extensión, 
no tengo más estrusión
que la del gaucho en su escuela
lazo, boleadora, espuela, 
poncho, rebenque y facón.

Por baquiano y por destreza
fui soldao veterano, 
con una lanza en la mano
y una vincha en la cabeza.
Me encarné con la fiereza
del potro del pajonal
los dos brutos por igual
por montes, cerros y llanos
en partes medio cristiano
y en parte medio animal.

Y ya que se cuadra el caso, 
les voy a contar un cuento
deserté de un regimiento
en un redomón picaso.
Boleas, maneador y lazo
llevaba como escondido
y aprovechando el descuido, 
las maletas bien cargadas, 
ansí llegué a la cañada
de los campos del "Perdido".

Daba una satisfación 
el junquillo con su aroma
y en los bordes de una loma
viboreaba el cañadón.
Desensillé el redomón
no porque fuera cansao...
Yo si, andaba desvelao
con ganas de echarme un sueño
por eso no puse empeño
en pasar pal otro lao.

Cuando el sol perdió su brillo
pa asegurarlo mejor, 
prendí al pingo el maneador
y lo até en un duraznillo.
Ahi nomás me hice un ovillo
en las pilchas del recao.
Después de haber descansao,
desperté con el lucero
le puse al bagual los cueros 
y me pasé al otro lao.

Enderecé a un pajonal
como pa esconder el bulto
y al bagual lo dejé oculto
adentro de un matorral.
Pensé que era el sitio ideal
pa que juera mi guarida
¡pero qué diablo! enseguida
pegó el picaso un bufido
porque allí cerca había un nido
con una tigra parida.

Les juro que me asusté, 
se me añudó la garganta
me eché en el brazo la manta
y el sable desenvainé.
Pa no quedarme de a pie
matarla jue mi esperanza;
¡la tigra se me abalanza
derecho a darme un zarpazo!
le metí en la boca el brazo
y le hundí el sable en la panza.

En ese momento atrós
cayó con la boca abierta
y al ver a la tigra muerta
le di las gracias a Dios.
De aquél animal feroz
llevo una gran impresión, 
y si en alguna ocasión 
me tocara el mismo caso
las patas de mi picaso
no medirán la extensión.

Al rato pegué la güelta
y me encontré dos cachorros
tomando la leche a chorros
de la pobre tigra muerta.
¿A quién no se le despierta
la fibra del corazón?
Pero yo sin compasión 
les dentré a clavar el sable, 
¡vieran que carne agradable
más sabrosa que un lechón!

Le alvierto a cualquier matrero
si en el caso no se hayao, 
que el tigre es mejor bocao
que la carne de cordero.
Este hecho verdadero
quizá ninguno lo cree, 
pero yo seguro se
que aqueya zona desierta
le llaman: "la tigra muerta",
¡la tigra que yo maté!

Juan Quiroga

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